Radiografía de un Maker
Los makers suelen tener ciertos rasgos comunes, como son: motivación intrínseca, aprendizaje activo, espíritu artesano y una singular gratificación en forma de satisfacción y plenitud

El concepto de maker viene de lejos y ha ido evolucionando con el tiempo. Su última reencarnación ha sido en dentro de un movimiento enfocado a las tecnologías STEAM, promulgando el aprendizaje a través de la construcción o programación de un artefacto físico o virtual. Esta última generación de makers estuvo enfocada hacia el hardware, para después añadir el software a su lista de competencias.
Pero si se consideramos a un maker en el sentido amplio del término, combinan un espíritu artesano con una actitud de aprendizaje activa e informal. En paralelo, los makers también buscan la diversión y poder experimentar una sensación positiva de autosuficiencia.
Precisamente, con la pandemia del Covid-19, estamos asistiendo a episodios en que muchos makers se han activado súbitamente, equipados con impresoras 3D u otros recursos de ejecución. Se esfuerzan en una carrera contrarreloj para diseñar y fabricar protecciones sanitarias o respiradores, entre otras nobles iniciativas que llevan a cabo. En cualquier caso, estos makers de la COVID-19 intentan desarrollar proyectos puente para atender una demanda acuciante, en cuanto a suministro de productos esenciales, ganando valioso tiempo hasta que pueda desarrollarse una oferta de mercado más estructurada.
Un aspecto interesante a considerar, es que los makers parecen estar conectados estrechamente con algo denominado estado de flujo. Según el sociólogo americano Mihaly Csilkszentmihalyi, existe un estado mental muy singular, en el que el individuo puede instalarse durante un cierto periodo de tiempo, en un proceso que denomina caudal o flujo. Esto se produce cuando una persona está completamente inmersa en la actividad que desempeña en ese momento, fusionando acción con conciencia y experimentando una satisfacción especial. Este efecto se magnifica cuando, para realizar la tarea, el individuo utiliza habilidades creativas propias.
Según Csilkszentmihalyi, este estado de gracia también puede llegar a inducirse, bajo determinadas circunstancias. Este sociólogo afirma que es deseable tener unos objetivos muy claros, que estén en consonancia con el conjunto potencial de habilidades y destrezas del sujeto, sin que estas metas sean demasiado fáciles o muy difíciles de conseguir. Csilkszentmihalyi asegura que hay una serie de factores que suelen estar presentes en esta experiencia tan exclusiva. Son los siguientes: alta concentración, con un enfoque intenso, dentro de un campo limitado; sensación de control personal, sobre la situación o actividad que se desempeña; pérdida de autoconciencia, con alteración de la percepción temporal; mínima percepción del esfuerzo que se realiza en el desarrollo de la acción; y recompensa intrínseca con la propia actividad que se lleva a cabo.
Ese estado puede permanecer durante un tiempo más o menos prolongado, favorecido porque la persona tiene una realimentación directa e instantánea con lo que está haciendo; eso posibilita la adaptación rápida de su comportamiento, en función de la información que recibe progresivamente.
Una relación social rica también puede estar presente en la fórmula mágica del maker, pero este ingrediente no es necesario (ni imprescindible). Hay muchos foros de congregación que permiten desarrollar una actividad de networking físico o virtual entre ellos, comenzando por las redes sociales. Además, están las populares Fab Labs y Hackethons, desplegadas por las más diversas zonas geográficas, con actividades y recursos muy enfocados a cubrir diversas áreas de conocimiento.
En cualquier caso, en estos foros se comparten ideas y recursos. Incluso se puede acceder a especialistas para conducir determinadas actividades. Por supuesto, lo ideal es que haya una motivación intrínseca entre los participantes; no obstante, si no es así, la bondad del propio proceso debería de conseguir inducirla en aquellos que aún no la hayan conseguido.
Muchas actividades de los makers llegan a tener un hack value, una especie de ingrediente extra que proporciona plenitud a través de la exploración. En este sentido, la cultura hacker se inició presumiblemente en la década de los 60, en el seno del MIT (Massachusetts Institute of Technology). Según sus precursores, un hacker intenta penetrar en áreas de conocimiento restringido, de manera muy clarividente, pero sin causar daños significativos. Obviamente, el término de hacker ha ido evolucionando desde entonces; ahora, también se aplica a un movimiento que opera en un sentido menos ético. De hecho, son estos últimos los que se han apoderado del término con éxito, favorecidos por acciones de impacto que han llevado a cabo, con la correspondiente amplia difusión en los medios de comunicación.
Posiblemente todos tenemos algo de maker, en mayor o menor grado. Quizá está relacionado con llegar a conectar con aquel niño que llevamos dentro, que no suele aflorar regularmente a la superficie.